Ykuá resay (Manantial de lágrimas)

Ajenas a su destino, en ese lugar de Asunción, familias enteras estaban disfrutando del último día de vacaciones de invierno; una señora fue simplemente de paseo, otras, de compras. Aquel abuelo, para adquirir un regalo para su primer nieto que cumplía su primer año de vida. Y más de una pareja habrá concertado una cita para prometerse amor eterno. O para reconciliarse… 

Los empleados y los dueños de locales del shopping Ycuá Bolaños, se concentraban cada uno en sus tareas. Los primeros quizá pensaban que la semana que comenzaba al día siguiente de ese domingo 1º de agosto del 2004, cobrarían su sueldo; los segundos, como harían para pagarlo. 

Y todos esos pequeños movimientos, alegrías, tristezas, aflicciones y arrebato que lamamos vida, de repente, se pulverizan en el aire y se deshace en llamas, humo y horror. Y la desventura se abate, ardiendo, quemando sin control vidas y sueños de los que cayeron en la trampa mortal. La tragedia interrumpió el hilo de muchas vidas, sin miramientos. 

Gritos, gemidos de heridos se entremezclaban, pidiendo auxilio para escapar de la muerte inminente. Pero nada, hasta las puertas de salida para una posible escapatoria, estaban inexplicablemente cerradas.

El día en que se cerraron las puertas de Asunción y se desató el infierno

¿Inexplicablemente cerradas?

Afuera, la gente atónita, compungida e impotente, observaba el infierno. La denodada lucha de los bomberos para rescatar a los probables sobrevivientes, puso su acento de esperanza en ese terrible escenario. Los hospitales no daban abasto. Los remedios ni los equipos tampoco. Entonces llegaron las ayudas solidarias de propios y extraños para paliar las carencias. 

Después, vinieron las listas de las víctimas, que a medida que pasaban los días se iban engrosando. Y cada familia que reconocía entre ellos a un pariente o algún amigo, se deshacía en lágrimas de dolor y rabia, que eran compartidas por todos los habitantes de la ciudad desolada. 

El mundo entero quedó conmovido ante tan horrenda desgracia.

Y aunque se ajusticie a los culpables, nadie podrá hacer revivir a los muertos…

Ocurrió en un día, pero sus huellas no se borrarán jamás de la memoria.

  •  Hoy, sólo nos queda rezar por el eterno descanso de sus almas.

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