Candidatos sin proyectos concretos

En un reciente debate entre cuatro candidatos presidenciales para las próximas elecciones, la ciudadanía que siguió las exposiciones habrá tenido plena confirmación de que el discurso de nuestros políticos continúa siendo el mismo de siempre: reiteración de vaguedades, lugares comunes, ambigüedades, frases hechas y conceptos generales, imprecisos o vacíos de contenido (*).

En verdad, lo que les sucede es que no tienen idea de qué van a hacer cuando gobiernen, de cómo van a encarar los principales problemas sociales, económicos, culturales; divagan porque carecen de proyectos concretos, con cifras reales, con cronogramas de ejecución. La gran idea que nuestros políticos fijan en sus mensajes al electorado gira en torno a un símbolo central: el poder.

En un reciente debate entre cuatro candidatos a la presidencia de la República para las próximas elecciones –Efraín Alegre, Miguel Carrizosa, Horacio Cartes y Mario Ferreiro–, la ciudadanía que siguió las exposiciones habrá tenido plena confirmación de que el discurso de nuestros políticos continúa siendo el mismo de siempre: reiteración de vaguedades, lugares comunes, ambigüedades, frases hechas y conceptos generales, imprecisos o vacíos de contenido.

Véanse algunas de sus frases y afirmaciones preferidas: “es tiempo de modificar el concepto de Estado”, “se requiere mayor inversión social”, “propiciamos un mayor entendimiento entre el sector público y privado”, “apostamos al país de la honestidad, del trabajo en equipo”, “encontrar las condiciones para crear fuentes de trabajo para superar la pobreza”, “gestión transparente”, “establecer impuestos que no perjudiquen la producción y el desarrollo”, “hablar con todos los sectores, establecer un pacto social y empresarial”, “incorporar al país a todos los mercados”, etc., etc.

Con estos “planes”, nuestros políticos vienen manejando este país desde hace décadas. En verdad, lo que les sucede es que no tienen idea de qué van a hacer cuando gobiernen, de cómo van a encarar los principales problemas sociales, económicos y culturales; divagan porque carecen de proyectos concretos, con cifras reales, con cronogramas de ejecución, con los nombres y méritos de las personas a las que van a encargar llevar sus proyectos a la práctica.

¿Cuáles son las medidas que van a tomar contra la corrupción en el funcionariado público, en la justicia, en la Policía, en las aduanas? Hubieran podido enumerar siquiera uno o dos, si es que había problemas de tiempo para exposiciones exhaustivas.

¿Cuáles acciones económicas específicas tomarán “para crear fuentes de trabajo para superar la pobreza”? Se podrían haber mencionado algunas. ¿Y cuáles serían los impuestos “que no perjudiquen la producción y el desarrollo” que crearían o incrementarían? Es bastante fácil enumerarlos, si es que ya conocen bien la problemática.

Y así sucesivamente, se podrían ir formulando varias interrogantes a cada vaguedad que los políticos lanzan en sus discursos. Y conste que estas manifestaciones son las más preparadas y pulidas, porque saben que serán muy divulgadas por los medios de prensa; el nivel de vacuidad que han de tener los discursos que pronuncian en sus mítines y concentraciones proselitistas es todavía mucho mayor.

La gran idea que nuestros políticos fijan en sus mensajes al electorado gira en torno a un símbolo central: el poder. Conquistar el mando, el gobierno, es la acción que cada candidato señala a sus respectivos adherentes como el que los conducirá a la meta suprema. “Ñamanda jevýta”, exclaman unos; “Ñacontinuáta”, dicen otros; “Jaikepáta”; “Ñamanda aréta”, etc., etc. Estas expresiones son las que real y verdaderamente constituyen el “plan de gobierno” de nuestros políticos y de los partidos a los que representan. Lo demás, para ellos, son asuntos secundarios y posteriores.

Es natural que, en estas condiciones, los que ganan las elecciones y asumen la suprema función de administrar el poder legítimo del Estado pierdan en forma lastimosa sus primeros años en aprendizajes y estudios de situación, improvisando y equivocándose, o postergando eternamente iniciativas que no saben cómo encararlas ni por dónde iniciarlas…, hasta que llega el fin de su período, que es cuando comienzan a pensar cómo continuar, cómo hacerse reelegir, cómo permanecer de cualquier manera… tal cual está sucediendo ahora.

En lo que estos políticos no vacilan un ápice, lo que ninguno ignora, la parte que parecen conocer a la perfección aun antes de tener en sus manos el mando del Gobierno, es cómo aprovechar mejor los privilegios y ventajas del poder. En esta materia todos ellos son mejores alumnos, expertos y conocedores de los mínimos detalles. Saben al dedillo, aun antes de asumir, cómo funcionan los “gastos reservados” y los “gastos de representación”, cuánto suman los viáticos y cómo se los obtiene, qué hay que hacer para manejar licitaciones y concursos, administrar comisiones y venta de influencias, cómo y con quiénes hacer lobby, cómo disfrazar malversaciones y robos en las obras públicas, y toda esa larga lista de recursos de que disponen los políticos una vez instalados en los organismos e instituciones del Estado y que nos exhiben todos los días.

Lo que difícilmente van a aprender, porque ni siquiera muestran tener interés en averiguarlo, es precisamente lo que a boca llena prometen en sus discursos proselitistas. No saben ni sabrán cómo “crear fuentes de trabajo para superar la pobreza”, ni por dónde comenzar para convertirnos en “el país de la honestidad”, ni a quiénes se van a convocar y qué es lo que se va a proponer pactar en el “pacto social y empresarial”, ni cómo define cada uno la famosa “mayor inversión social” y sobre la espalda de quiénes va a cargarse la tal inversión. En fin, proseguir con estos ejemplos sería larguísimo y extenuante.

Asistimos, lamentablemente, a otra campaña electoral vacía de ideas, de proyectos y de objetivos de valor real para el país. Los candidatos en carrera se preparan para ganar las elecciones y tomar la manija de sus cargos, de sus organismos, del poder político en todas sus formas y variedades. Esto y nada más. Una vez que lo logren, recién entonces, a lo mejor, comenzarán a pensar qué hacer con los problemas más acuciantes del país.

Es bueno que la ciudadanía lo sepa ver y apreciar. Su voto valdrá mucho más si tiene plena conciencia de esta realidad.

(*) publicado en abc.com.py : 01-03-13

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