Macri vs. Fernández, ¿qué los diferencia?

 

Rafael Luis Franco (frarafael@gmail.com)

El primero proviene de una familia creadora de empresas, con un título de ingeniero. Cuando decide lanzarse a la arena política lo hace luego de una gestión en uno de los clubes de fútbol más importantes del país, donde logró un éxito tras otro. Disputa la gobernación de la Ciudad de Bs. As., derrotado en el primer intento triunfa en el segundo, siendo reelegido y el partido por él creado consigue un tercer mandato consecutivo; también otro logro de su gestión es haber posicionado a Bs. As. entre las primeras capitales del mundo.

Su carrera por la presidencia: triunfa por un ajustado margen en 2015, además de que su partido gana la provincia más importante y ubica por primera vez a una mujer al frente del gobierno; luego lleva adelante un proceso de cambios y grandes obras a lo largo y ancho del país, fundamentales para su desarrollo y que hacía décadas no se hacían: rutas, autopistas, ferrocarriles, recupera la exportación de gas, carne, etc. etc., aunque no puede controlar el proceso inflacionario, junto a la dura recesión debido al ajuste para salir del déficit presupuestario, además del aumento en los servicios públicos postergado desde 2002; regulariza la llamada deuda con los fondos buitre, logra el apoyo de las primeras potencias mundiales, la reunión del G20 en Bs. As. es una clara muestra de ello, consigue créditos blandos y el fundamental apoyo del FMI, que permite sortear una crisis económica de impredecibles consecuencias; posiciona al país en un rumbo político diametralmente opuesto al gobierno anterior.

El segundo candidato. Sabemos que es abogado, que fue funcionario bajo varias presidencias (Alfonsín, Menem, Duhalde) y hasta legislador de la Ciudad de Bs. As. por la alianza “Encuentro por la Ciudad”, de Cavallo, pero el máximo logro en su carrera política es ser jefe de Gabinete del gobierno de Néstor Kirchner, cargo que ocupó hasta la llegada de la esposa de este, en que se retiró; teniendo luego durísimas críticas a la conducción de la señora y a la corriente política llamada “la Cámpora”. Pero este enfrentamiento, como sabemos, desapareció o dio un giro copernicano cuando la expresidente, hace unos meses, lo eligió como candidato a Presidente; entonces Fernández modificó su discurso y relación con todo el entorno kirchnerista; luego logró un destacado triunfo en las elecciones primarias.

Esta es una simple semblanza de ambos candidatos, que es por todos conocida. Pero para mí no radica en estos datos la diferencia más importante; la gran diferencia está en el poder que tiene cada uno de tomar decisiones propias, y aquí sí la desemejanza es abismal.

El primero. Sabemos que Macri es quien en definitiva toma las decisiones, porque es él quien elige a sus colaboradores y consejeros; es él quien admite y corrige o no sus errores; es él quien se equivoca; es él quien arriesga su fortuna personal; es él quien decide el rumbo geopolítico y las alianzas políticas; es él quien ha creado una nueva fuerza política que lo ha llevado a donde está y es él quien ha decidido postularse nuevamente a Presidente.

El segundo. El abogado Fernández fue elegido por su vicepresidente (caso único en la historia política mundial, lo normal y lógico es al revés); es un hombre que de acuerdo a su última declaración jurada patrimonial no alcanza los 50 mil dólares (valor de un monoambiente sin “amenities”, sin embargo se conoce que habita en el exclusivo barrio de Puerto Madero). Con estos simples datos es más que evidente que este señor es una persona que responde a un grupo o corporación política (sostenido por esta) y que su poder de toma de decisiones está condicionado a los intereses de los que le han elegido para desempeñar el actual papel; se podría decir que el “Grupo K” ha contratado al abogado Fernández para que los represente y defienda sus “ideas” (aquí debe leerse “negocios”); tal como lo haría cualquier abogado que tiene un poderoso cliente al que debe defender y no le importa si es culpable o no. Así, Fernández, ha rotado su discurso, que de ser condenatorio a la expresidente y su troupe pasó al de defensor apenas fue elegido para ser “su” candidato presidencial, ejerciendo una hábil retórica, que es su especialidad profesional.

Es aquí donde radica la gran diferencia entre ambos candidatos: mientras que el primero maneja las piezas del ajedrez político, el segundo es en la práctica una figura simbólica a la que otros le indican los movimientos. También se puede parangonar con que Macri vendría a ser el dueño del negocio, mientras que Fernández es solo un obediente “empleado”.

Las urnas deciden

Y esta forma de gobernar, con “empleados”, es propia de partidos populistas, autoproclamados de izquierda o socialistas, donde sus medidas y formas de gobierno son un calco; sea el país que sea que controlen aplican la misma metodología: económicas, regulaciones, expropiaciones, alianzas internacionales, rechazo al FMI, control de medios de prensa, cambio de Constitución, destrucción de las instituciones, préstamos con altos intereses, etc.; medidas tan similares que les dan a estos grupos todas las características de ser miembros de un cartel político, o manejarse como una multinacional que se instala con todo un plan preestablecido; siendo la ideología política solo una cobertura, una mascarada, para poder llevar adelante sus planes de expoliación, que siempre terminan dejando en la ruina, pobreza extrema, junto a una deuda externa e interna que compromete varias generaciones; además de la grieta que generan, indispensable para imponer su dictadura, que en muchos casos lleva a la guerra civil.

En lo que se refiere a tener un candidato “dócil”, esto no es exclusivo de la Argentina, se puede apreciar también en los EE.UU., en la actual administración si comparamos al presidente con la candidata perdedora; vemos que el primero es un empresario, él y su familia son creadores de un imperio económico, luego este se lanzó a la política y nadie duda que es Trump quien toma las decisiones y elige sus colaboradores; mientras que la segunda, la “lawyer” Clinton, responde a poderosos grupos económicos (su pasado refiere que formó parte del equipo de abogados de Monsanto y que varios de sus colaboradores luego fueron ubicados en el gobierno de su esposo), que son los que la sostienen, y si esta llegase a la presidencia serían los que le “aconsejarían” a quién poner y el camino a seguir; otro tanto en Brasil con Bolsonaro, que ha roto el molde y virado el rumbo de la historia luego de más de una década de gobiernos populistas o socialistas; Maduro, otro ejemplo: un exchofer, un hombre con poca o casi ninguna preparación intelectual, casi un inimputable, se mantiene en el poder por años a pesar del desastre, de la destrucción económica, de los millones que tuvieron que emigrar, del hambre y la tortura y matanza de opositores; lo mismo en Nicaragua con el degenerado Ortega. Entonces, la pregunta obligada es: ¿quién o quiénes sostienen a un Ortega o Maduro?, ¿qué fuerza tan poderosa logra mantenerlos? ¿de dónde salen los centenares de millones de dólares que gastan en campañas los candidatos populistas?

Para mí hay una sola respuesta: esta fuerza o fuerzas son las mismas que, desde las sombras, han sostenido a un Stalin, a un Hitler, a un Mao, a un Mussolini e infinidad de dictadores, y hoy sostienen y apoyan a “dóciles” candidatos que carecen, por sí mismos, de carácter, visión, moral y apoyo popular; y que también estas fuerzas, prácticamente de la nada, son capaces de crear, mucha prensa mediante y preparación actoral, un líder de masas tal como lo hace la industria hollywoodense con sus estrellas. Así se entiende que cada día más la política, o los políticos, se nos presenten casi como un espectáculo-show, con actores que hoy representan un papel y mañana otro, tal como lo hace un Fernández.

 

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