De cómo se corrompió el Paraíso

 

Rafael Luis Franco (frarafael@gmail.com

Cuento basado en un viejo chiste.

─Loco, ¿esto fue siempre así?, tan desordenado… no me imaginé el Paraíso en estas condiciones; porque los que se fueron y volvieron contaron otra historia: de mariposas, de seres angelicales, de ver a sus seres queridos… yo hasta el momento no vi nada de eso… y además un trato bastante descortés de los ángeles, te voy a decir.

─No, no siempre fue así, antes era realmente un Paraíso como lo describían esas personas… Pero todo cambió un buen día, a partir de la llegada de Cacho.

─Cacho, ¡qué Cacho!

─Es un que en vida fue un chanta de primera, vividor, mujeriego, le gustaba estafar con cuentos del tío a la gente, si le prestaban jamás devolvía nada, y resulta que un buen día se murió, de repente, mientras jugaba un partido de tenis; y como no había tenido tiempo de arrepentirse su destino fue irse derechito al infierno; pero este se negó a entrar en él y se coló aquí.

Resulta que cuando su alma ascendió por el túnel de luz vio las dos filas, la del Paraíso y la del Infierno, y él sabía la que tenía que hacer pero se puso en la del Paraíso.

Pero nadie puede engañar a San Pedro, este observaba a la distancia sus movimientos y vio la maniobra de Cacho; no dijo nada hasta que llegó a la entrada, ahí apartó al ángel que controlaba la misma diciéndole: “Dejá, que a este lo atiendo yo”; y se produjo más o menos el siguiente diálogo:

─Hola hijo, soy Pedro.

─Hola don, no sé qué pasó che, estaba jugando en el Tennis Club y de repente me despierto en este lugar; de locos, viste… ¡Che, no estaré soñando!

─No, hijo, no estás soñando, te ha dado un infarto y estás en la entrada del Paraíso.

─Qué bárbaro, ni tiempo para nada tuve, gracias por la data, ¿puedo pasar?… permisooo…

─Un momento, hay un problema hijo; tú sabes que has hecho mucho daño a mucha gente inocente a lo largo de tu vida y jamás te has arrepentido de ello, así que lamentablemente debes estar en la otra fila, y tú lo sabes…

─Sí máster, lo sé, es que como usted dijo, me morí de repente y no tuve tiempo de arrepentirme, le juro que desde hace unos días venía pensando en cambiar mi vida… y hasta una vez me entraron ganar de ir a ver a la que desata los nudos… Diga don, ¿qué tal si me confieso ahora?

─No, ya es tarde hijo, tienes que formar la otra fila, y por favor muévete que los otros esperan.

─No don Pedro, por favor, reconozco que fui un tarambana, un botarate, hice mucho daño, pero no soy mala persona; San, una vez ayudé a una señora a cruzar la calle…

─Sí, y le sacaste la billetera…

─Bueno, tenía hambre… por favor Pedro, Pedrito, dejame entrar… ─imploraba Cacho casi llorando, además argumentaba─. Pero Viejo, si no tuve tiempo como esos otros que me dijeron que a último momento se arrepintieron, no es justo, tenés que darme una oportunidad, che; qué te cuesta, dale barba… ─insistía.

Y San Pedro, un tanto molesto y para sacárselo de encima, como no paraba de hablar, se le ocurrió ponerle una prueba, que si pasaba tal vez podía entrar en el Paraíso. Entonces le dijo:

─Cacho, te voy a tomar una prueba, si la pasas puede ser que entres, si no te vas a la otra fila, de acuerdo.

─Sí Profe, entendido.

Entonces lo llevó aparte y le mostró diez hombres, todos iguales, y le dijo:

─Deberás encontrar entre todos ellos al auténtico Adán, tienes diez minutos.

Cacho los observó y antes del minuto, le respondió:

─Ya está, acá lo tenés ─le dijo y acertó.

San Pedro, sorprendido, le preguntó cómo se dio cuenta:

─No ve Máster que le falta el ombligo, ya puedo pasar… ─le dijo.

Y San Pedro, un tanto fastidiado y decidido a no dejarlo pasar le contestó:

─No, aún no, esto ha sido muy fácil, ahora vas a tener que encontrar a Adán entre estos cien, y a todos les falta el ombligo, te doy media hora.

Y Cacho, ni lerdo ni perezoso, rápidamente se metió entre los Adanes; no habían pasado cinco minutos que volvió con uno de la mano y le dijo a San Pedro:

─¡Aquí está macho! ─otra vez había acertado.

San Pedro, sorprendido, volvió a preguntarle cómo había hecho, y Cacho le respondió:

─No ve que le falta la costilla, ahora sí puedo pasar… ─le dijo.

Pero como San Pedro no podía permitir que se rompieran las reglas eternas, para sacárselo de encima de una vez por todas decidió tomarle una prueba más, que esta vez sí tenía por seguro que no podría pasar, entonces le respondió:

─No, una última prueba hijo, si esta la pasas sí vas a poder entrar. Vez, ahí tienes diez mil “adanes”, todos con una costilla menos y sin ombligo ─y como estaba tan seguro le agregó más tiempo─, te doy una… que digo una, tres horas para que lo encuentres.

Y Cacho se metió nuevamente entre los Adanes a buscar el original.

Mientras tanto San Pedro se fue a descansar, dicen que la charla con Cacho le hizo subir la presión. La cuestión es que este se quedó muy tranquilo; pasó una hora, dos y cuando el plazo estipulado se estaba por cumplir, faltando un minuto, lo ve venir trayendo de la mano al auténtico Adán. San Pedro casi se desmayó, no lo podía creer. Asombrado, le preguntó cómo había logrado encontrarlo, si eran todos iguales, Cacho le contestó:

─Mire don Pedro, la verdad de verduqui, para qué te voy a mentir; yo ya estaba totalmente desanimado porque no había forma de encontrarlo, entonces de última, repodrido, mandé todo al joraca y les dije a los diez mil: “Se pueden ir todos a la reputamadre que los remilparió”, y no va a creer que se fueron todos menos este.

Así fue como empezó todo, con Cacho… luego llegaron todos sus parientes y un montón connacionales suyos… Guarda que ahí viene el jefe.

─Che flaco, paren la conversa y terminen de arreglar la nube… ─les dijo Cacho.

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