Carta a mi madre…

Querida mamá:

No hace mucho leí en algún lado que «una madre es alguien que a pesar de todos tus errores te sigue queriendo como si fueras lo mejor del mundo» 

Lástima que cuando pequeño no supe valorarlo en toda su dimensión. Ni pude entender el verdadero motivo por el cual me dejaste a cargo de mi abuela. 

Tuve que perderte para que entienda que vos NO me abandonaste sino que , como madre,te ibas a trabajar para generar mi sustento  y darme una educación adecuada para que yo pueda enfrentar, con cierta holgura, los avatares que me depararía el destino. Mediante eso entendí que la mayoría de mis logros te pertenecen y si no cumplí todos mis sueños, la culpabilidad ha sido solo mía. 

Gracias a Dios que cuando aún vivías, te había dicho que ‘dejarme con mi abuela, ha sido un acierto, la mayor prueba de amor que una madre puede ofrecer a un hijo natural que, para colmo, quedó abandonado por su padre, Porque vos también confiaste en tu madre y yo en mi abuela encontré el afecto, la ternura y la contención necesarias para soportar tu ausencia. 

Aunque a decir verdad, tu ausencia era esporádica porque, pese a que tu profesión lo ejercías en lugares distantes como Puerto Rosario o Carapeguá, cuando disponías de un día de franco lo aprovechabas para venir a visitarme y darme tu cariño. Lástima que tampoco supe valorar en su real magnitud la grandeza de lo que ese gesto significaba para vos. 

Y cuando regresabas a tus ocupaciones, nunca me percaté del dolor que te causaba esa nueva separación, dolor que me ocultabas para que no te vea jamás vencida, dándome el ejemplo para fortalecer mi carácter para que la vida no me doblegue tan fácilmente. 

Pero todo cambió cuando llegué a la adolescencia: mi vida tomó otro rumbo y  emigré hacia otro país buscando, según mi criterio, mejores horizontes. 

Tú me despediste sin ninguna lágrima. Tal vez  para no yo no dude que mi decisión era la correcta. 

Así, el que al final te abandonó fui yo, porque me aquerencié en el nuevo sitio donde residía donde formé una nueva familia. 

No lo olvido y aún lo tengo bien presente la emoción que sentiste cuando escuchaste el tema “Para ti mamá” cuando en un cumpleaños te llevé una serenata con un trío de Buenos Aires. Y si bien es cierto  que una o dos veces al año viajaba para verte, cualquiera sea el lugar en el que desarrollabas tu actividad laboral, mi presencia se iba espaciando inexorablemente. 

Sin embargo, como paliativo y  para tratar de hacer más llevadera tu tristeza, enviaba a cada uno de tus nietos para pasar las vacaciones de verano contigo, manteniendo de esa manera los lazos familiares que en la distancia se iban atenuando cada vez más. 

Una alegría trascendente a la vez fugaz para mí -quizá enorme, intensa y perdurable para vos- fue cuándo tus nietos y sus hijos fueron conmigo a Asunción para festejar tus ochenta primaveras. Recuerdo que ese día fue el más frío del mes; no obstante, fue uno de los más cálidos de mi existencia al ver tu rostro radiante de felicidad-

Hoy, que ya han pasado siete años que partiste a la eternidad –para no ahogarme en llanto- te escribo esta carta que ya no podrás leerlo. Nada más para decirte simplemente cuánto te quiero y te querré. 

Y, de rodillas, pedirte perdón por no haber sabido comprender la inmensidad de tu cariño…

 Tu hijo

 (Buenos Aires, 15 de mayo de 2020)

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